viernes, 18 de marzo de 2011

HISTORIA DE LA FAMILIA DONDERO, DE GÉNOVA CON TESÓN.

Pionero de la familia llegó a Valparaíso a los 17 años, cuando arreciaba el impacto de la Gran Depresión de 1930. Comenzó como ayudante de mostrador en el almacén de un compatriota, que después compró. Formó aquí una entrañable familia de donde proceden, entre otros, un general de Carabineros y el director de la sede Viña del Mar de la USM.

Tenía sólo 17 años cuando Adolfo Dondero Mercurio preparó sus pertenencias y con el pasaje de ida, cuya adquisición le había costado tantos meses de trabajo y de ahorro sacrificado, abordó el vapor "Orazio" en el bello golfo de Génova, para iniciar un fatigoso viaje rumbo al puerto de Valparaíso, que le demandaría 65 días.

Oriundo de Ferrada, se aventuraba al mar por la ruta segura que cuatro siglos antes, al servicio de la corona de Castilla, había hallado Cristóbal Colón -o Cristóforo Colombo-, el legendario navegante cuyo origen reivindican desde entonces para su tierra los genoveses de todas las generaciones.

Era 1931. Seis años antes había muerto su padre, Carlo Agostino, y dejado a su madre, Luiggia Mercurio, con una prole inquieta y numerosa: Serafín, Adolfo, Ernesto, Giussepina, Giulia y Gemma.

Los tiempos eran definitivamente malos en el campo, de donde los Dondero obtenían su sustento y optaron por una fórmula de uso común en esos tiempos: las mujeres se quedaban en el hogar y en las tierras familiares, bienes que conferían mejores posibilidades de concretar un buen matrimonio, y por lo menos uno de los hombres emigraba a conquistar el mundo, en este caso América.

Así ocurrió con Adolfo, el muchacho nacido en 1913, dos años antes de que Italia entrara a la Primera Guerra Mundial, y que ahora se alejaba de su patria en pleno apogeo del fascismo, cuyo conductor, Benito Mussolini, concretaría en los años siguientes la invasión de Etiopía y se acercaría a la Alemania hitleriana, para terminar sus días en 1945, frente al pelotón de fusilamiento.



EL ALMACÉN COLÓN
Pero a su llegada las cosas no andaban mejor porque la crisis mundial de los años 30 golpeaba duramente a nuestro país, hasta el punto que, según un informe de la Liga de las Naciones citado por "Memoria Chilena" de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Chile fue la nación más devastada por la Gran Depresión: "Las exportaciones de salitre y cobre se derrumbaron, provocando graves consecuencias sobre la economía interna, al caer los ingresos fiscales y disminuir las reservas. A mediados de 1931, la situación económica del país pareció tocar fondo, obligando a la suspensión del pago de su deuda externa por primera vez en la historia: un 16 de julio de 1931(…). La sociedad chilena se vio fuertemente sacudida por el impacto de la crisis. Miles de cesantes recorrieron las calles de ciudades y los campos; cientos de obreros salitreros volvieron sin esperanza y recursos desde el norte. En Santiago, el gobierno a través de los Comités de Ayuda a los Cesantes debió alimentar y albergar a miles de familias; las ollas comunes proliferaron en los barrios, y mucha gente terminó viviendo en cuevas en los cerros aledaños a la ciudad".

En medio de este clima llegaba Adolfo Dondero a trabajar de ayudante de mostrador en el almacén "Colón" del cerro Bellavista, de propiedad de su compatriota Ernesto de Barbieri, con quien se había contactado en forma previa.

Al joven le gustaba el deporte, pero sus esperanzas de verlo o practicarlo desaparecieron al enterarse de la envergadura de sus obligaciones. "El dueño le comunicó que en el negocio se trabajaba de lunes a domingo, desde las 6 de la mañana hasta la medianoche, pero que se tenía que levantar a las 5 para recibir el pan, aunque en su tiempo libre podía hacer lo que quisiera", cuenta Bruno Dondero, director de la sede Viña del Mar de la Universidad Técnica Federico Santa María, uno de los hijos del pionero.



LA FAMILIA REUNIDA
Duros años vivió el joven inmigrante, dedicado por completo a trabajar en el "Colón" y a juntar los ahorros que le permitirían independizarse.

La ocasión llegó cuando el dueño decidió volver a su patria y su ayudante de mostrador pudo cancelarle un pie por el negocio. "De Barbieri se fue y mi papá le siguió enviando la plata a Italia hasta que terminó de pagarle", complementa su hijo, aludiendo al admirable valor que tenía la palabra empeñada en esos tiempos, cuando en los almacenes se fiaba con libreta sin mediar contrato alguno; a los vecinos no se les habría ocurrido desconocer la deuda y, si así hubiera sido, los comerciantes tampoco los habrían embargado.

La adquisición del local le permitió iniciar su consolidación económica y no pasó mucho tiempo antes de que formara familia con una joven descendiente de italianos de Rapallo, a quien solía mira a hurtadillas desde su nuevo almacén "Garibaldi", cuando ella pasada muy compuesta en dirección a misa. Era Elena Lencioni, cuyos padres habían llegado a Valparaíso en barco, tal como su futuro yerno, y que se habían instalado en el cerro Yungay luego de que se incendiara el negocio que tenían en la avenida Los Placeres, cerca de la Universidad Santa María.

Se casaron febrero de 1943 en la iglesia Don Bosco de la avenida Argentina, siempre concurrida por la comunidad italiana porteña. Y comenzaron a llegar los hijos: Carlos, Enzo Gina, Bruno y Edda.

A estas alturas, también Adolfo había podido cumplir uno de los grandes anhelos de los inmigrantes de todas las épocas: traer a su familia, o por lo menos a una parte de ella, a compartir su suerte. Así llegó, a los 14 años, el 24 de octubre de 1937, su hermano Ernesto y al año siguiente lo hizo el mayor, Serafín, quien con el tiempo pudo tener su propio emporio en Santiago. Posteriormente vinieron su mamá y la hermana menor, Gemma, que después de vivir varios años en Chile volvieron a Italia.



CAMBIO DE RUMBOTras décadas de trabajo, don Adolfo optó por cambiar de rumbo, dejó el negocio a sus hermanos y se fue a vivir a Villa Alemana, donde construyó dos casas -una para su familia- y se dedicó a vender para la viña Canepa. En el negocio quedó su hermano Ernesto, quien se casó con Amelia Carrillo, unión de la cual nacieron Marta, docente de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Amelia, directora del centro de Estudios y Asistencia Legislativa, CEAL-PUCV, y Gilda, profesora de Biología.

Pero justo cuando la familia había logrado una vida cómoda y un buen pasar, falleció su esposa Elena, a la temprana edad de 29 años, dejando a sus cinco hijos a medio criar; incluso los más pequeños todavía no entraban al colegio. Con una fortaleza forjada a fuerza de trabajo y sacrificio, declinó los ofrecimientos de ayuda de la familia de su esposa y se dispuso a asumir el timón de este nuevo buque. Tras ocho años de viudez, conoció a quien sería su segunda esposa, Wilma Gubernatis, con quien tuvo otros dos hijos, Rodolfo e Italo.

Herederos de la perseverancia y responsabilidad de su padre, Carlos llegó a ser general de Carabineros; Enzo, comerciante; Gina, funcionaria del Ministerio de Obras Públicas; Edda, dueña de casa, y Bruno ingresó en 1963 a la Escuela de Artes y Oficios de la Universidad Santa María, de donde nunca más se movió, ya que continuó en la carrera de ingeniería civil electrónica y luego en la docencia que ejerce hasta el día de hoy, cuando cumple su segundo periodo como director de la sede José Miguel Carrera por elección de sus pares, atento a la preparación del Sexto Encuentro entre Europa y Latinoamérica de Formación Profesional y Tecnológica, que se desarrollará el próximo año en nuestra región y del cual fue elegido presidente.

Don Adolfo, sin duda, puede sentirse satisfecho de sus logros. Llegó solo y sin recursos, y en Chile no sólo ha tenido una buena vida, sino una familia entrañable, que le ha dado 12 nietos y cuatro bisnietos, motivo de alegría para él cada vez que se juntan.

Rosa Zamora
El Mercurio de Valparaíso
Lunes 8 de octubre de 2007

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