viernes, 18 de marzo de 2011

LUIGI AMEDEO DI SAVOIA-AOSTA, EL PRINCIPE ACOSADO.



Al mando de un barco de guerra italiano recaló en el puerto un noble aventurero, hijo y nieto de reyes, Luis Amadeo de Saboya, cuya presencia enloqueció a la “socialité” criolla de comienzos del siglo 20. Tras conocer los peligros del Polo Norte y de las altas cumbres, debió afrontar, estoicamente, las andanadas gastronómicas de nuestro país e incluso sortear más de un anzuelo sentimental.

La “socialité” nacional sacó del fondo de sus baúles las mejores galas, tenidas, joyas, vajillas, mantelería, en fin, todo aquello que diera prueba de que en este rincón del mundo también florecía el buen gusto y hasta la cultura.

Y esa febril búsqueda de pruebas materiales y quizás de títulos de nobleza, que se vendían a buen precio en España, se justificaba plenamente pues visitaría el país nada menos que el príncipe Luis Amadeo de Saboya, duque de los Abruzos.

Su Alteza Real, así había que llamarlo, era hijo de Amadeo de Saboya, rey de España entre 1871 y 1873, monarca curiosamente elegido por votación parlamentaria que cumplió un caótico mandato, y nieto de Víctor Manuel Segundo, quien fuera rey de Italia.

Así, este príncipe que derrochaba sangre azul mereció la atención oficial del Gobierno y también de numerosas familias con hijas que -la peor diligencia es la que no se hace- podrían atraer su atención.



BUENMOZO Y AVENTURERO
Nacido en 1873 en España durante el breve reinado de su padre, Luis Amadeo era mucho más que un acaparador de títulos y blasones. Era todo un personaje de esas novelas de aventuras de Julio Verne o Emilio Salgari que apasionaban en esos tiempos.

Era un aventurero en el buen sentido de la palabra que hasta sufrió las penas del amor. Explorador y montañista, escaló importantes cumbres a fines del siglo XIX y en 1899 dirigió la primera expedición al Polo Norte, incursión que le costó la amputación de tres dedos congelados de su mano izquierda.

A la leyenda que rodeaba sus orígenes y su vida, que se desarrolló en Italia, tierra de su padre, se sumaba un atractivo físico que hacía suspirar a las damas de la “belle époque”.

Este personaje llegó a Valparaíso el jueves 10 de marzo de 1904 al mando del crucero “Liguria”, de la Armada Real Italiana.



AGRESIONES SOCIALES
Si el príncipe había sobrevivido a sus arriesgadas expediciones, aquí en Chile debió sobrevivir a una serie de “agresiones sociales”: manifestaciones, bailes, banquetes, discursos interminables, brindis por los más diversos motivos, homenajes y visitas protocolares.

Pero el hombre se supo someter a los sacrificios propios de su fama.

Al día siguiente de su llegada viajó en un tren especial hasta la viña del ministro del Interior Rafael Errázuriz Urmeneta, en Panquehue. El convoy, compuesto por un coche salón y otros carros para la comitiva, se detuvo en Quillota, donde Luis Amadeo de Saboya probó las chirimoyas que, como corresponde a un visitante bien educado, encontró deliciosas.

En la estación de destino esperaban al príncipe y acompañantes elegantes carrozas descubiertas, “a la Dumont”, cada una tirada por cuatro caballos. Estos coches, fabricados en Francia, se usaron por años en las más importantes ceremonias oficiales.

El programa contemplaba un recorrido por la viña y un prolongado almuerzo en la casa patronal. Informa El Mercurio:

-“La mesa, adornada con flores y frutas, la cubría una riquísimo mantel de hilo blanco que perteneció a Napoleón III y que el señor Maximiano Errázuriz compró hace algunos años en París. Tanto el mantel como las servilletas tienen estampados la inicial del emperador y la corona imperial”.

Dicen los mal hablados que en Francia de fines del siglo XIX había una verdadera industria de souvenirs reales que como un rito religioso adquirían acaudalados sudamericanos que visitaban Europa. Sobre nuestras aficiones parisinas da cuenta en detalle Edwards Bello. La mantelería napoleónica, que jamás había cubierto las mesas de Napoleón III, se vendía por decenas. Pero sigamos con la información periodística:

-“En el almuerzo se hizo un verdadero derroche de lujo y de magnificencia. Los vinos de la hacienda de la cosecha de 1886 fueron saboreados por los visitantes quienes no pudieron menos que felicitar al señor Errázuriz Urmeneta por los progresos alcanzados por la industria vitivinícola”.

¿Buena educación nuevamente?
nomía:
-“Los paseantes encontraron en la biblioteca de Panquehue tantas curiosidades. En el escritorio del dueño de casa pudieron examinar un valiosísimo cuadro de Murillo. En el salón de billar hay una colección de retratos y pinturas que los viajeros no cesan de ensalzar”

Y luego del paréntesis cultural el príncipe y comitiva visitaron las bodegas de la viña donde deben haber tomado un aperitivo pues a las seis y media de la tarde se sirvió la comida.



SIGUE LA BATALLA
El sábado, ya repuesto el príncipe de la exploración a Panquehue, debió concurrir a un banquete en la sala de recepciones de la Escuela Naval, ofrecido por el director general de la Armada, almirante Luis Uribe. Las invitaciones con borde dorado indicaban que la tenida era de “gran etiqueta”.

En la mesa, en forma de U, en medio de flores y frutas estaban diseminados unos “globitos”, dice la información periodística. Estos “globitos” eran ampolletas instaladas por los electricistas de la Armada, lo más avanzado en decoración tecnológica para un acto social de esa categoría, en tiempos de iluminación con velas y, en el mejor de los casos, de luces de gas. Vinos, champaña y un “menú espléndido”, relata la revista ilustrada porteña “Sucesos”. Tras los últimos brindis, Luis Amadeo de Saboya se levantó presuroso, pues tenía otro compromiso, la solemne distribución de premios del Cuerpo de Bomberos de Valparaíso, a la cual había sido invitado por la compañía italiana “Cristóforo Colombo”.



LA BANDERA
Los más entusiastas con la visita del Príncipe, duque de los Abruzos, región montañosa del centro de Italia, eran los italianos residentes en Valparaíso.

Las damas de la colonia entregaron al ilustre visitante una bandera para el “Liguria”, el barco que comandaba. La ceremonia se efectuó a bordo de la nave “acto que revistió una solemnidad tal, que habrá necesariamente de dejar imperdurable recuerdo en el ánimo de cuantos tuvieron ocasión de presenciarla”, dice una información de prensa.

A la entrega del estandarte se sumó una gran recepción en el Círculo Italiano “una de las más brillantes de que haya disfrutado en este puerto el real visitante. El baile, en el que tomaron parte varias conocidas damas chilenas, resultó espléndido”, informa “Sucesos”.



EN LA MONEDA
Las andanadas gastronómicas contra el príncipe navegante continuaron en La Moneda, en un banquete ofrecido por el Presidente de la República, Germán Riesco, obra de un cónclave de cocineros franceses radicados en el país, contratados por chilenos que en sus viajes a París se habían entusiasmado con la gastronomía gala.

El menú mismo estaba impreso en francés y era el siguiente:

-Aperitivo

-Mariscos a la parisién acompañados de jerez.

-Sopa Rachelle con crutones, acompañada de vino Chablis.

-Corvina Marechalais.

-Entrada fría servida con vino Chateau Lafitte 1879.

-Filete Rossini, con verduras en mantequilla y vinos Clos de Vougeot.

-Ensaladas con vinos Saint Marceaux.

-Postre, compuesto de bomba napolitana, bombones princesa y frutas. Café.

Para aromatizar el ambiente tras tantos vinos, cigarros puros Sublimes de Monterrey.

Y luego los brindis: Germán Riesco, el Presidente, dijo salud por el rey de Italia y por el príncipe visitante. Este, lógicamente, levantó su copa por el Presidente y por el pueblo chileno.

Una semana duró la visita. El crucero que comandaba zarpó de Valparaíso el sábado 17 de julio de 1904 con destino a Callao, donde, sin duda, esperaban al aventurero del frío Polo Norte y de las blancas cumbres, nuevos embates propios de la “belle époque” sudamericana que enloquecía por la sangre azul y los títulos de nobleza, pese a nuestra condición republicana.



PRINCIPE AL TIMÓN
La Armada Real confió al príncipe Luis Amadeo de Saboya el mando del crucero “Liguria” para una importante gira internacional destinada a marcar la presencia italiana en el mundo. Se reconocía así su espíritu pionero. Tenía sólo 27 años y ya había ganado fama por su viaje al Polo Norte y sus hazañas como montañista que marcarían toda su vida.

La nave, construida en los astilleros Ansaldo, de 80 metros de eslora, 12 de manga y cinco de puntal, desplazaba dos mil 281 toneladas. Sus máquinas daban un andar de 18 millas. Tenía 257 tripulantes.

Llegó a ser comandante en jefe de la flota italiana del Adriático en la Primera Guerra Mundial, donde participó en varias batallas. El gran amor de su vida fue la norteamericana Katherine Elkins, rechazada por su real familia. Finalmente fue a esconder sus penas del corazón en Somalia, donde encontró el consuelo en una nativa. Allí murió en 1933. Considerado uno de los más famosos exploradores de su tiempo, relató sus experiencias en libros y conferencias.

Por Julio Hurtado
El Mercurio de Valparaíso
Domingo 3 de agosto de 2008

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